jueves, 11 de agosto de 2011

Personajes necesarios: Justin Bieber



Justin Bieber. Canadiense. 17 añitos. Sus canciones son esforzadas producciones R&B en las que con cada verso subraya el amor que siente por la adolescente que le escucha. Su aspecto corresponde perfectamente. Viste – quizás le visten – siguiendo la moda sin alcanzar la excentricidad. Su impecable peinado y su cara fina e imberbe completan perfectamente su imagen de efebo. Su actitud es muy correcta, propia del cristianismo que profesa, aunque a veces tenga desmanes no propios de su fe pero si de la edad del pavo que atraviesa. Es una figura que ha conseguido hacer el suficiente ruido como para que todo lo que haga acabe siendo noticia, pero sin llegar al límite de cambiar el mundo musical o mediático.

Todas estas características bastan a algunos para considerarle el novio perfecto y a muchos otros para situarle como estandarte de la banalidad musical y social. Si a Justin Bieber le ocurriera alguna desgracia – por supuesto, yo no se lo deseo - serían los del primer grupo, los amantes, los que se apenarían. Sin embargo, son los del segundo grupo, los que le odian, los que necesitan como el agua una figura como la suya.

Al humano le urge el sentimiento de pertenencia y la identificación con ideas o valores compartidos con otros. El hecho de la aparición de Justin Bieber ya crea las circunstancias idóneas para crear masas de gente. Las he enumerado antes: una que le ama, una que le odia y añado otra - que dejaré aparte - que vive feliz e indiferente ante su figura. Los que le aman están congregados alrededor de la adoración casi divina que le guardan al personaje. Sin embargo, los que le desprecian están más unidos, más aferrados a la existencia de alguien como Justin Bieber. Siendo un crío millonario de apariencia inofensiva, Bieber es un tipo proclive a convertirse en la némesis de cualquiera.





Lo tiene todo para ser la diana fácil del desdén de muchos. Sobre todo porque aquellos que dicen odiarle, justifican mediante él, burlándose de su personaje de niño meloso, una autoproclamada superioridad social. A mí me podrá gustar esto, pero peor es Justin Bieber. Y los que estén alrededor probablemente asentirán, porque al ser Justin Bieber alguien por el que sentir una repulsión fácil – por cualquiera de los motivos expuestos al principio – que sirva de argumento para justificar su propia personalidad. El polo negativo justifica al positivo y viceversa. No es que este chaval no simbolice ciertos valores controvertidos. Pero no es el único. De hecho, los mismos que lanzan su bilis contra Bieber admiran a otros personajes igual de discutibles pero cuya mejor apariencia les hacen pasar inadvertidos a la crítica.
No estoy diciendo bajo ningún concepto que todo el mundo deba ser fan de Justin Bieber. Lo que quiero decir es que su rol nos viene fenomenal para sentir que estamos por encima de algo y no tener dudas sobre nuestra mediocridad. Aunque el verdadero comportamiento mediocre sea este, pero ya se sabe que el hábito compartido se convierte en lo normal. Si no existiera él, buscaríamos a otro. De hecho, cuando no le conocíamos, teníamos a El Canto Del Loco. Cuando no teníamos a estos, a los triunfitos. El día que Bieber desaparezca del panorama – temporalmente o por siempre jamás – nos encargaremos de encontrar otra diana fácil sobre la que sentirnos mejores.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Proteccionismo del siglo XXI

Es una idea sobre la que quería escribir desde hace un tiempo, pero hasta no ver estas declaraciones del ex-presidente de la Reserva Federal no me he decidido. Entremos en materia.



Tras el estallido de la crisis de 1929 (provocado no sólo por la bolsa sino también por un brutal exceso de oferta sobre demanda en bienes) una de las medidas a las que recurrieron los diferentes gobiernos fue el proteccionismo, es decir, el aumentar los aranceles e impuestos a productos extranjeros para proteger la producción nacional; de forma que por más que bajaran el precio de los bienes internacionales la población no tuviera más remedio que consumir los nacionales.

Dejando de lado el efecto que un descenso del nivel de precios podía tener sobre las economías, esta contracción del comercio internacional a través de trabas y aranceles no es más que otra manera de enviarle al mundo un mensaje: que cada uno se salve su culo.


Por suerte este periodo duró poco y tras la II Guerra Mundial los mercados internacionales de bienes se fueron abriendo paulatinamente y la economía creció a pasos agigantados, mitad fruto de la reconstrucción, mitad de la reducción de aranceles.


Ahora vivimos en otro período de crisis, y aparte de la vuelta en escena del acrónimo PIGS ha habido una tendencia por parte de autoridades y medios de ciertos países a atacar indiscriminadamente a otros para desviar la atención de sus propios problemas. La voracidad de esa entidad supraterrenal llamada "Mercado Financiero" ha hecho que más de uno y más de dos haya meado fuera de tiesto cuando menos oportuno era (Merkel) y haya causado estragos en los niveles de prima de riesgo de otros países. Si a eso se le añade la Crisis del Pepino uno no puede evitar preguntarse si hemos vuelto a esa época de proteccionismo. 

martes, 9 de agosto de 2011

Proyectos de empresa inviables

Una de las cosas que más me impactaron del curso del International Business Program (Starting and running a business) fue que, a la hora de crear un proyecto de empresa, en su gran mayoría eligieron proyectos complicados y de una altísima inversión inicial. Comprendo el atractivo de Alicante como ciudad turística, pero tener como proyecto de empresa un pub de dos pisos con un préstamo de 500.000 € y ningún tipo de contacto con el sector más allá de frecuentar la noche es, como poco, de tener poquito contacto con la realidad.


Mi proyecto, en cambio, era una página web donde crear un entorno de contacto entre y para estudiantes Erasmus con un desembolso inicial de 20.000 euros y en el plazo de un año y medio se podía devolver al completo (bajo un escenario optimista, claro está).

He decir que la mayoría de estas personas no habían estudiado nada relacionado con el mundo empresarial, y surgieron algunos proyectos muy buenos, pero la tónica general era más en plan: “qué haría si fuera rico y la pasta se me saliera de los bolsillos a espuertas”


Todo esto viene a raíz de un artículo que trata un poco sobre este tema. La cuestión no es ya la formación de empresarios en estudios superiores, sino la necesidad de conocer la viabilidad propia de un proyecto desde el primer momento.

El poco contacto con el mundo empresarial que he tenido ha sido con un empresario que tenía un negocio demasiado simple como para fastidiarlo, un nicho de demanda con flujo constante de clientes y un par de contactos que con el tiempo fueron a muchos más. Este buen señor es un cazurro de cuidado, y el 90% de sus prácticas empresariales pueden calificarse casi de terrorismo económico. Sin embargo, ahí sigue, al pie del cañón y ganando dinero.

A veces puede tratarse más de una cuestión de suerte y de obstinada cabezonería que de un buen proyecto, pero el dinero no crece en los árboles y siempre es mejor estar preparado (aun rozando la paranoia) que encomendarse a la casualidad.

Del hurto de pan y otros desmanes

Me encanta el manido tópico del pobre hombre que va a prisión por robar una barra de pan. Parece como si todo el mundo hubiera conocido al mismo señor que, sin nada que llevarse a la boca, hace estragos en las panaderías de La Nación. La realidad, en cambio, puede ser distinta.

"El que, con ánimo de lucro, tomare las cosas muebles ajenas sin la voluntad de su dueño será castigado, como reo de hurto, con la pena de prisión de seis a dieciocho meses si la cuantía de lo sustraído excede de 400 euros."


El caso de robo es distinto, ya que requiere el uso de violencia o intimidación. Y es que no es lo mismo llevarse una barra de pan cuando nadie mira que asaltar una panadería a punta de navaja.

lunes, 8 de agosto de 2011

La doctrina del buenrollismo

Hay una corriente de opinión que dice que entre amigos, familiares o simples conocidos sería mucho mejor dejar de lado temas espinosos. Conversaciones sobre religión, política o incluso fútbol pueden convertir una agradable cena familiar en el mismísimo infierno en cuestión de segundos. Pero todo no acaba ahí, y hasta el tema más banal (como el peinado de Justin Bieber) puede ser el catalizador de una discusión.

¿Cúal es, pues, la solución? No hablar de nada no parece una buena opción, y por más que nos guste usar a Zapatero como cabeza de turco en la cena navideña parece que le queda poco tiempo como tema de conversación central. Hablar del tiempo puede ser una salida digna para un ascensor, pero no ofrece muchas salidas en la cena de navidad de la empresa.




Recuerdo un par de situaciones en que completos desconocidos (y extranjeros) me preguntaron qué opinaba sobre política. La primera fue cuando un par de ingleses, en una quedada entre gente que quería aprender inglés y español, me preguntaron mi opinión sobre política española. La otra fue cuando una americana me preguntó sobre política americana. Claro que yo llevaba una chapa en el estuche que pone "Stop Bush", así que en el fondo me lo había buscado.
Yo actué con naturalidad y contesté con sinceridad en ambas. A fin de cuentas siempre es interesante saber cómo piensa la gente autóctona o cómo nos ven los extranjeros. Pero creo que hubiera reaccionado de igual manera si me hubieran preguntado sobre mi trabajo o estado civil.


Nuestra vida es nuestra, y nuestra es la decisión de compartirla con los demás o no, al igual que nuestras ideas o creencias. Somos ya mayores como para permitir que temas tan banales estropeen nuestra perspectiva sobre cualquier tipo de persona, y más cuando la solución está en escuchar, razonar y hablar con respeto. Pero eso requiere educación, ganas y sobretodo empatía. No es cuestión de preguntarle a la gente sobre cuestiones privadas sin motivo, pero si hay curiosidad, ¿por qué no?



Bonus track: siempre he sido muy fan de Pérez Reverte. No sólo por compartir ciudad natal, sino por hablar sin pelos en la lengua. Aunque no comulgue con alguna de sus ideas.