lunes, 8 de agosto de 2011

La doctrina del buenrollismo

Hay una corriente de opinión que dice que entre amigos, familiares o simples conocidos sería mucho mejor dejar de lado temas espinosos. Conversaciones sobre religión, política o incluso fútbol pueden convertir una agradable cena familiar en el mismísimo infierno en cuestión de segundos. Pero todo no acaba ahí, y hasta el tema más banal (como el peinado de Justin Bieber) puede ser el catalizador de una discusión.

¿Cúal es, pues, la solución? No hablar de nada no parece una buena opción, y por más que nos guste usar a Zapatero como cabeza de turco en la cena navideña parece que le queda poco tiempo como tema de conversación central. Hablar del tiempo puede ser una salida digna para un ascensor, pero no ofrece muchas salidas en la cena de navidad de la empresa.




Recuerdo un par de situaciones en que completos desconocidos (y extranjeros) me preguntaron qué opinaba sobre política. La primera fue cuando un par de ingleses, en una quedada entre gente que quería aprender inglés y español, me preguntaron mi opinión sobre política española. La otra fue cuando una americana me preguntó sobre política americana. Claro que yo llevaba una chapa en el estuche que pone "Stop Bush", así que en el fondo me lo había buscado.
Yo actué con naturalidad y contesté con sinceridad en ambas. A fin de cuentas siempre es interesante saber cómo piensa la gente autóctona o cómo nos ven los extranjeros. Pero creo que hubiera reaccionado de igual manera si me hubieran preguntado sobre mi trabajo o estado civil.


Nuestra vida es nuestra, y nuestra es la decisión de compartirla con los demás o no, al igual que nuestras ideas o creencias. Somos ya mayores como para permitir que temas tan banales estropeen nuestra perspectiva sobre cualquier tipo de persona, y más cuando la solución está en escuchar, razonar y hablar con respeto. Pero eso requiere educación, ganas y sobretodo empatía. No es cuestión de preguntarle a la gente sobre cuestiones privadas sin motivo, pero si hay curiosidad, ¿por qué no?



Bonus track: siempre he sido muy fan de Pérez Reverte. No sólo por compartir ciudad natal, sino por hablar sin pelos en la lengua. Aunque no comulgue con alguna de sus ideas.

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